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Sabía utilizar bien la navaja, en mi infancia había visto muchas reyertas mal acabadas por la muerte de algún contrincante, era fácil de transportar, de esconder, arma ligera y peligrosa, contundente en el ataque, requería práctica en su manejo. Ese día el condenado que tenía delante había cometido el error de intentar forzarme, humilló a una gitana que portaba navaja y sabía bien como utilizarla, fue su sentencia de muerte.
Su cuerpo ensangrentado se tambaleaba zigzagueando de un lado para otro, el rostro con expresión de impotencia reflejaba el drama que pronto iba a sufrir. Un pinchazo en pleno corazón acabó con la vida del traficante de armas, en su existencia había vendido mucho artilugio letal, armas de gran complejidad y que podían asesinar masivamente a personas, ahora su vida terminaba con un simple navajazo.
Y por si fuera poco le retiré el cuchillo de su corazón y cogiéndole del pelo di media vuelta a su cuerpo y lo degollé salvajemente. (...del diario de Virginia)
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